Mala Hierba, del huerto al plato
2 Sep, 2018
RESTAURANTE MALA HIERBA
una cocina bella, deliciosa y con huerto propio
El restaurante Mala Hierba, en el barrio de El Carmel de Barcelona, es esa deliciosa sorpresa que te hace ilusionarte por la experiencia gastronómica. Un lugar donde la sala, la comida, la zona e incluso las vistas te abrazan y te descubren todo un mundo más allá del epicentro gastronómico más céntrico de la ciudad condal.
Abandonar ese núcleo parece más complicado de lo que uno puede pensar. Las aperturas son continuas, repetir en restaurantes de grandísimo nivel no ayuda a hacerlo y, salvo los del hobby por las aventuras gastronómicas; desplazarse tanto a barrios más alejados como o a ciudades colindantes con la excusa gastrónoma como único motivo, no suele ser seductor. Lo de hoy, pero, es una cura para esos indecisos o de la pereza por el desplazamiento, una alegría para los del paladar curioso y un tesoro para los más gastronautas.
Cuando uno sale del restaurante Mala Hierba y ya piensa en cuándo volverá y a toda la gente a la que quiere recomendar aquéllo que acaba de ocurrir, hace inevitable estar escribiendo estas palabras.

DESCUBRIEBNDO EL RESTAURANTE MALA HIERBA
En el barrio de El Carmel, allá por la zona de El Coll y donde uno tiene toda Barcelona a sus pies (realmente las vistas de la ciudad son preciosas), se encuentra la antigua Casa Fausto, una bella finca de paredes blancas, ocres y azules donde el cocinero italiano Fabio y la directora de sala Roser, pareja de viaje entonces y de vida ahora, han creado esta increíble casa de comidas que es el restaurante Mala Hierba.
Lo curioso de su fachada se complementa con lo delicado y acogedor de su interior, dos salas separadas por la cocina de Fabio, y donde uno no se cansa de estar. Los platos serán un goteo que imantará al comensal, la sala y la decoración embellecerán el contexto, la atención y el cariño del personal redondearán la seducción.


La cocina del restaurante Mala Hierba no es fácil de clasificar (mejor), pero se podría definir como una cocina muy personal y de sabores mediterráneos, tanto europeos como no. Una cocina llena de sabores, texturas y cocciones perfectas. De detalles que encandilan, de combinaciones que sorprenden.
Pudimos compartir una serie de platos de su carta, una opción que fue perfecta para reunirnos entre compañeros de la Escuela Hofmann que hacía demasiado no coincidíamos. Por ello, las raciones que veréis en las fotos se trata de emplatados hechos para nuestra ocasión y que son parte de lo que sería una ración normal de los platos de la carta.
También existe la posibilidad de menú degustación de 10 pases, pero a nosotros siempre nos ha gustado escoger aquéllo que más nos llama la atención.


Y comenzamos el carrusel con un riquísimo y precioso gazpacho de remolacha, flores y hierbas salvajes de su huerto. Flechazo en la primera cita.
Un huerto que pudimos visitar después del ágape, situado a escasos metros del local y del que se nutre gran parte de los elementos vegetales de la oferta gastronómica del restaurante Mala Hierba.
acompañamos el gazpacho con estos espectaculares y sorprendentes pannizza de romero y naranja con butifarra negra. Con el anterior y con el que viene, tridente celestial de entrantes. El pannizza consistía en una suerte de polenta de harina de garbanzo, típica de la cocina árabe y que Fabio viste con el romero, la naranja y el embutido como un finger food supremo.
si el gazpacho fue buello y el pannizza un viaje sorprendente, los chipirones a la romana con virutas caramelizadas de limón fueron la ovación. Esta tapa de la culinaria española se hace imprescindible en el restaurante Mala Hierba. Después de los de Can Pizza, la fritura de cefalópodos que más me ha enamorado. Sólo con estos tres entrantes ya merece con creces la visita.
Dejamos atrás los entrantes para encontrarnos con este espectacular interludio, antes de los platos más contundentes. Toda una sorpresa, quizá el plato que más me impresionó, este
hinojo fundente con wakame y alga espirulina. Precioso y lo siguiente, una textura impecable en boca, colores y sabores marinos que se funden con el delicado punto anisado del vegetal. Una pasada.
De portada de libro.
El segundo de los entrantes fue esta berenjena al horno con arroz, crema de ajo, crumble de parmesano y tinta de calamar. Uno de los platos que el chef tenía pensado incorporar en la carta más adelante y que gustó con creces. A la sombra de la preciosidad anterior, pero cuya combinación, la de la berenjena (ultramelosa y con un punto ahumado) con el arroz, la crema de ajo, el parmesano y la tinta de calamar; que encantó. Combinaciones que se salen del marco de referencia y que divierten. Un no parar de sabores que bailan bien.
Para arroz que deja sin habla, el delicioso risotto con leche de coco, jengibre y sardina ahumada que vino después. Un plato que odiamos compartir y que para la siguiente visita será para mí. Otro must que apuntar en la comanda.
Atrás queda el territorio de entrantes para meternos de lleno en material más pesado. El primer plato principal fueron estas carrilleras o galtas de rape a la menieur, judía tierna, miso y semillas. Un plato que gustó por el mezclum francés-asiático pero que no gozaba del brillo (difícil, reconozco) que tenían las elaboraciones anteriores y que, comparando con el siguiente plato de pescado que indiscutiblemente se llevó los aplausos.
La parpatana de atún rojo Bluefin a la brasa, escalonia a la sal, tupinambo y lechuga de mar es uno de esos platos que fascina a todos. La melosidad es insuperable para una pieza del atún que se podría comer perfectamente con cuchara. El tupinambo, que sí lo había combinado con carnes, lo encontré maravilloso con la pieza de pescado a la brasa. El verde de la algas y lo crunchy de las chalotas oxigena un plato contundente y delicioso.
Con el pollo salvaje de Tremp, zanahoria a la naranja, rábano wasaby y espinacas pasamos del mar a la tierra en un plato exotiza una pieza de pollo del territorio. Un plato que divierte y hace viajar pero que no terminó de sorprendernos en comparación con otros compañeros de festín. El pollo, un producto de primera, queda acolchado por lo dulce de la zanahoria y lo aromático de la naranja. Un contrapunto umami de un fondo oscuro suyo podría equilibrar este interesante plato.

El cordero es mi carne preferida y por eso, este generoso plato de cordero asado con cerezas agridulces, acelga y lavanda tenía todos los papeles de hacerme ojitos. La carne, de cocción perfecta, queda genialmente condimentada con las cerezas (el elemento que, creo, es clave en este plato). Sólo pienso que, si este plato se presentara en cortes más pequeños (llamémosle dados, tagliata o lo que uno prefiera), mejoraría con creces: el bocado con cordero, cereza y acelga es un trío sublime que; en piezas tan grandes se puede no combinar adecuadamente y perder la intencionalidad del plato.
Aunque con el hambre ya vencida, siempre se encuentra hueco para un tartar de ternera ecológica sobre su tuétano y con brasas de romero. Buena carne, ahumada con ligereza y otro plato que uno no quiere compartir.
El fin de lo salado dio entrada a un par de postres para compartir entre los presentes, comenzando por un buen helado de coco y crumble que nunca falla (si el helado es artesanal).
Y un último hit, para cerrar la velada con fuegos artificiales, como las grandes festividades, con esta espectacular tarta Katahifi, crema de agua de rosas, frambuesas, sirope de lima y artemisa (una divertida planta aromática que luego me regalaron y a día de hoy crece con ganas en mi terraza). Un final feliz en toda regla, con un “oh, qué bueno es” unánime. Una vuelta de tuerca a la tartaleta con crema y frutas en un postre que, creo, todos los compañeros y yo incluído aún recordamos con alegría. Se debe pedir.
Como véis, la experiencia en el restaurante Mala Hierba fue excelente. El tíquet, 45€ por comensal (éramos 5) es demasiado amable para todo lo que comimos y todo lo que disfrutamos. Poco más que nosotros comeréis, pues no pude ni cenar ese día, así que los que miréis el bolsillo sólo pagaréis menos que eso. No se puede más por menos.

Su cocina, llena de bellos platos y deliciosas combinaciones que sorprenden y buscan hacer disfrutar desde una perspectiva honesta y personal, alejándose de tendencias gastronómicas banales. Lo disfrutaréis mucho, nosotros lo hicimos a base de comer mucho y realmente bien. Como hace tiempo que no hacíamos. Como a veces cuesta de encontrar.
De la mala hierba del terreno que adquirieron Fabio y Roser para construir su huerto, salen sus hierbas aromáticas y algunas frutas y verduras de los platos que cocinan. Mala Hierba puede ser ese restaurante que surge de entre la mala hierba que se piensa hay fuera del epicentro gastronómico, donde uno puede encontrar lugares tan bellos y merecedores de toda alabanza como éste que traigo hoy.
Volveré mucho y vosotros también.
MALA HIERBA
Funoses-Llussà, 2 (Barcelona)
(
ver mapa)
de Martes a Sábado
carta 35-55€ / degustación 60€
932 13 50 05
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